domingo, 13 de diciembre de 2015

El puente de los espías

Pelo rizado, mirada directa, ademanes pausados…. Si algo podemos decir de ese Tom, “ni un seductor Mañara, ni un Bradomín ha sido, ya conocemos su torpe aliño indumentario”, en palabras de Machado, es que se trata de un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Incluso en su papel del asesino a sueldo Michael Sullivan en la fantástica “Camino a la perdición”, de Sam Mendes, cine negro del mejor, su parte buena acaba imponiéndose a la mala cuando a la lealtad inquebrantable que profesa a su jefe antepone, sin dudarlo, su papel de padre.

La historia está basada en hechos reales.

Años 50. El mundo dividido en dos bloques. Guerra Fría. A James Donovan, abogado especializado en seguros, le encargan representar a un espía ruso capturado en suelo americano. Confundido con la propuesta pronto le aclaran que, haga lo que haga, el detenido será declarado culpable por lo que su trabajo únicamente consistirá en demostrarle al mundo que en Estados Unidos hasta el hombre más despreciable tiene derecho a contar con una buena defensa. Pero su firme creencia en la ley y la justicia, su perseverancia y su resistencia al desaliento, que le harán ganarse el odio de sus compatriotas por no entender ni compartir su empeño, terminarán convirtiéndolo en negociador de la CIA para un intercambio de prisioneros con la U.R.S.S.

Tom Hanks no empezó a contar como actor hasta 1993, año en el que rodó “Philadelphia” a las órdenes de Jonathan Demme y su papel de Andrew Beckett, un homosexual enfermo de SIDA, le hizo ganar su primer Oscar. El segundo le llegó al año siguiente por “Forrest Gump”, de Robert Zemeckis, donde el enorme corazón de Tom ya se dejó sentir en todo su intensidad: “la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”.

Gracias a la franqueza con la que interpreta Hanks humaniza a sus personajes de tal manera que siempre consigue traspasar la pantalla y empatizar con el espectador. ¡El tío cae bien!

A esa cualidad tan suya le debemos que, durante los ciento treinta y cinco minutos que dura, “El puente de los espías” (en la que no hay carreras, explosiones, ni tiros) esquive al aburrimiento, mantenga la tensión y emocione.

Con música de Thomas Newman (“Revolutionary Road”, “American Beauty”, “Skyfall”), Ethan y Joel Coen en el guión, Tom Hanks como protagonista y Steven Spielberg (en una de sus obras comprometidas y serias) como Máster Chef, era imposible que no saliera un plato digno de un cinco estrellas Michelin.

Atmosferas muy logradas para transmitir formas opuestas de entender el mundo.

Gente normal, con sus miedos e inseguridades, que clama en silencio: nunca fuimos héroes.

Película sin estridencias, casi circunspecta.

Poco apasionada, pero muy apasionante.

Cine con un halo de cotidianidad y tristeza.

Cine clásico.

¡Buen cine!
Paisajes manchegos...




martes, 8 de diciembre de 2015

Exposición de Andrzej Wróblewsky en Madrid


El "chófer azul" preparado para bajar a poner las cadenas...

El pintor Andrzej Wróblewsky nació en Vilna en 1927 (Lituania), entonces perteneciente a Polonia, y se trasladó a Cracovia en 1945. En menos de diez años pintó 200 cuadros, a veces de estilo realista, otras veces abstracto, incluso mezclando los estilos en la misma obra.

La exposición del Museo Reina Sofia de Madrid (en el Palacio de Velázquez, en el Retiro) se centra en dos etapas. Durante la fase inicial (1948-49), el pintor desarrolla su propio estilo, inspirado en las vanguardias del SXX, pero original. El otro periodo, el final, abarca los años 1956-57. Antes el pintor había tratado de seguir las directrices del realismo socialista, pero estaba intentando redefinirse de nuevo. Al parecer, se debatía entre el compromiso político con el estado comunista y la experimentación artística.

Una peculiaridad de Wróblewsky es la utilización de las dos caras del mismo lienzo para pintar dos obras diferentes, aunque complementarias. Normalmente los museos exponen una sola cara, ya que a veces la otra está al revés. Sin embargo, en esta ocasión es posible contemplar las dos, y de hecho varias obras se exponen en el centro de la sala del Palacio de Velázquez. (que por cierto, es preciosa y merece la pena visitarla).

El pintor aborda temas como los horrores de la Segunda Guerra Mundial: persecución, fusilamientos, enfermedad, muerte. Algunos de sus cuadros parecen inspirados en Goya y Picasso. Por otra parte, sus pinturas abstractas son interesantes, sobre todo las que reflejan el cielo y los astros. Finalmente, su serie sobre aspectos de la vida cotidiana, sobre todo los conductores de autobús, resulta muy sugerente. Gracias al punto de vista utilizado, el espectador se sitúa en un frío autobús de los años 50 cruzando las llanuras de Polonia.

La exposición presenta también un fragmento de una película que rodó Andrzej Wajda sobre el pintor. Por desgracia, Wróblewsky murió a los 29 años en un accidente de montaña. A pesar de su juventud, dejó un gran legado, no muy conocido fuera de su país, que esta exposición contribuirá a divulgar.