lunes, 20 de enero de 2014

Starswarm, aventuras y ecología en el espacio

Starswarm, una novela menor pero muy entretenida.

Jerry Pournelle es uno de los escritores de ciencia ficción más conocidos. Nació en Louisiana en 1933, y luchó en la Guerra de Corea. Su experiencia militar ha influido mucho en sus novelas. Posteriormente, estudió psicología en la Universidad de Washington, y se doctoró en ciencias políticas. Después, trabajó en proyectos de alta tecnología en la industria aeroespacial. Esta sólida formación y larga experiencia se hace notar en las tramas complejas y bien elaboradas de sus novelas.


http://es.wikipedia.org/wiki/Jerry_Pournelle


Hasta ahora he leído muy poco de este autor, que me está resultando bastante interesante. Hace un tiempo leí una colaboración suya con Larry Niven, “La mota en el ojo de Dios” (1975), que me resultó entretenida y un tanto inquietante. Y ahora, un poco de casualidad, acabo de leer otra novela suya, Starswarm (1998) . Está ambientada en una pequeña colonia científica, en un planeta apenas exporado. En ella, vive el protagonista, un chaval huérfano, Kip. Su tío cuida de él, y desde pequeño aprende a manejarse en un entorno duro y peligroso. El relato narra su crecimiento, las primeras amistades con los hijos de científicos y colonos, y poco a poco se va desvelando un misterio sobre su pasado y sobre la vida en el planeta…


La novela se enmarca en el género de aventura juvenil, y recoge valores como la amistad, la valentía, la justicia, la ecología, la inteligencia para resolver conflictos…todo ello escrito de forma sólida y eficaz por el autor. La trama resulta entretenida, bien dosificada y muy accesible.


http://en.wikipedia.org/wiki/Starswarm


Se trata de una obra menor, pero resulta una estupenda iniciación a la ciencia ficción, aunque por desgracia, creo que no está traducida al español.
http://en.wikipedia.org/wiki/Starswarm

http://www.lecturalia.com/autor/4576/jerry-pournelle

 

sábado, 18 de enero de 2014

El lobo de Wall Street

 
Esto es un fiestón y lo demás son tonterías....


Nueva York, 1987. Jordan Belfort es un ambicioso joven, recién casado, que tiene muy claro lo que quiere ser en la vida: rico; y convertirse en agente de bolsa en Wall Street parece el camino más lógico. Sin embargo, al poco de comenzar su trabajo, el lunes negro desploma la bolsa, y Jordan se ve abocado al paro. Así comienza El lobo de Wall Street, última película de Martin Scorsese, el famoso director de obras maestras como Taxi Driver, Uno de los nuestros, La edad de la inocencia, Pandillas de Nueva York…
Su anterior obra, La invención de Hugo, me deslumbró. En ella recuperaba la figura del pionero del cine, Georges Méliès. Se trataba de una película “bonita”, triste pero esperanzada, una declaración de amor al cine.  Pues bien; en su última película, El lobo de Wall Street, Scorsese da la vuelta a la tortilla y nos atiza un mazazo en todo el careto. La historia de Jordan, estupendamente interpretado por Leonardo DiCaprio, es sencillamente brutal. Está llena de humor negro, de esa clase que te hace reír con cierto remordimiento moral. Hay escenas absolutamente desternillantes…no, mejor dicho, escenas en las que uno se descojona vivo. Son tres horas plagadas de tipejos de la peor calaña, ladrones de teléfono y terminal, rodeados por cantidades ingentes de alcohol, drogas, sexo,  prostitutas, despilfarro, salvajadas y estupideces varias…que no se pueden desvelar para que la película sorprenda. Además, contadas fuera de su contexto, pierden toda su gracia. Los excesos son tan brutales, que hacen dudar sobre su veracidad, hasta que comprobamos que la película se basa en la autobiografía del estafador Jordan Belfort.
Obviamente, la película tiene una lectura seria, e invita a reflexionar acerca de los excesos del capitalismo más salvaje, de los peligros de la ambición desmedida, de los escasos recursos del estado para protegernos de los estafadores y depredadores financieros, de las terribles consecuencias que este sistema tiene para el bienestar y el desarrollo de una sociedad….todo esto lo hemos vivido, especialmente durante estos últimos años.
Esta historia ya nos la han narrado películas estupendas como Up in the air (2009), Inside Job (2010), o Margin Call (2011). En ellas vimos los devastadores efectos de la rapiña bursátil sobre las empresas y los trabajadores de la economía real. Scorsese nos muestra todo eso, pero en un tono de farsa y humor negro. Resulta arriesgado, pero funciona.
 

domingo, 12 de enero de 2014

Agosto

Dentro de la familia se producen los peores casos de abuso y maltrato a la vez que se dan los mayores gestos de generosidad y sacrificio.

Las circunstancias y experiencias, tanto positivas como negativas, que vivimos durante la niñez, nos ayudan a construir nuestra personalidad. El desarrollo normal del carácter requiere la satisfacción de ciertas necesidades esenciales como son alimento, seguridad, protección, calor humano y afecto. Igualmente importante es la presencia estable de adultos que sirvan de modelos y proporcionen apoyo, ánimo, comprensión, disciplina.

Bajo condiciones de abandono, privación, falta de afecto y abuso físico o psicológico, los niños adoptan un talante desconfiado y temeroso. Ante esas circunstancias adversas muchos tienen dificultades para diferenciar el bien del mal, no adquieren la capacidad de autocritica o de remordimiento ni sienten compasión hacia el sufrimiento ajeno. Un entorno nocivo, además, altera la capacidad de controlar los impulsos y trastorna las relaciones con los demás, la disposición para la intimidad, la habilidad para verbalizar sentimientos y la aptitud para adoptar el punto de vista de otros. El amor engendra más amor y la violencia engendra más violencia.

La historia que nos cuenta John Wells en “Agosto” (basada en “August: Osage County”, obra de teatro en tres actos del dramaturgo estadounidense Tracy Letts quien también ha escrito el guión) no es nueva. Las difíciles relaciones familiares han servido como argumento a grandes películas como “The Savages” de Tamara Jenkins, “In the Bedroom” de Tood Field o “Heredarás la tierra” de Jocelyn Moorhouse: acontecimientos traumáticos, como la enfermedad o muerte de alguno de los progenitores, vuelve a reunir a las familias originando un ambiente catártico en el que salen a la superficie secretos, mentiras, rencillas y rivalidades inconfesables. Cuando la semilla de la discordia se esparce entre los miembros sus consecuencias pueden ser imprevisibles.

Aristóteles definió la catarsis como la facultad de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones al verlas proyectadas en los personajes de la obra: al involucrarse en la trama, la audiencia puede experimentar dichas pasiones junto con los personajes y contemplar el castigo, merecido e inevitable de éstas pero sin experimentarlo él mismo. A mí no me ocurrió así: la historia de los Weston me afectó. Me involucre con los personajes y sufrí con sus miserias. Creo que no era el momento de ver esta película, que debería haberlo evitado.

Meryl Streep como esa madre dura e insoportable, implacable con los desastrosos caminos que han elegido sus hijas, a quienes no para de reprochárselo en cuanto tiene ocasión, y con la debilidad de su marido, ese alcoholismo que le recuerda su propia flaqueza, la adicción a las pastillas, te hace odiarla; cuando trata de ocultar los efectos de la enfermedad que padece, recuerda, con la mirada perdida, la pobreza que experimentó en su infancia o refleja en su demacrado rostro el pánico terrible que le inspira la soledad y el abandono de su familia, te hace llorar y quererla. Nos ofrece una soberbia interpretación de una mujer que, aunque asustada y enferma, se aferra  a la vida y que añora, a la vez que desprecia, a su marido por haberla abandonado en el camino.

A su lado Julia Roberts, la hija más parecida, la que le robó parte del amor de su marido, con un matrimonio roto y una relación materno filial con su hija que empieza a reproducir peligrosamente la suya propia con esa madre de la que hace tiempo intentó alejarse. Amor y odio entre dos mujeres que se hieren y agreden continuamente, pero que se reconocen la una en la otra.

Ambas realizan interpretaciones de Oscar y espero que ambas lo ganen.

Igualmente fantástica la banda sonora de Gustavo Santaolalla, quien ya cuenta en su haber con dos Oscar: el primero en 2005 por “Brokeback Mountain” y el segundo por “Babel” en 2006.

sábado, 11 de enero de 2014

A propósito de Llewyn Davis

A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn  Davis) es la última película de los hermanos Cohen, estrenada hace poco en España, un mes después de su estreno en EE.UU. Narra unos días de la vida de un cantautor ficticio, Llewyn Davis, en el duro invierno de la Nueva York del año 1961. Llewyn es un tipo complejo, genial a su manera, pero poco habilidoso en sus relaciones personales. Desorganizado e inconstante, su vida es un desastre…salvo los momentos maravillosos que nos regala con su guitarra en un escenario. Su personaje está excelentemente interpretado por Oscar Isaac, un actor de ascendencia latina radicado en EE.UU.
Soy seguidor de los hermanos Cohen desde su primera película conjunta, Blood Simple (1984), que tuve ocasión de ver en los primeros cines de versión original que se abrieron en Madrid en los años 80. Aquella película violenta me impactó por su estructura original, y por su forma tan personal de narrar las historias. La violencia y el humor negro serían elementos fundamentales a partir de entonces. La siguiente película, Arizona baby (Raising Arizona), me descolocó un poc, pero en 1990 llegó su gran obra hasta el momento, Miller’s Crossing (Muerte entre las flores). Su estructura circular y su estilo narrativo inspiran en parte LLewyn Davis. Después vendrían Barton Fink, Fargo, El Gran Lebowski….
Otro antecedente claro de Llewyn Davis lo encontramos en O Brother. Por una parte, es una película casi musical, con una banda con el folk y espirituales de principios del Sg XX; por otra, O Brother es una interpretación libre de la Odisea, y Llewyn también hace alguna referencia a esta obra clásica. Durante la siguiente década, los Cohen cosecharon bastantes éxitos, con películas como Crueldad Intolerable, No es país para viejos, o Valor de ley.
Con Llewyn, a mi entender los Cohen han alcanzado una cumbre de madurez; es su mejor película en mucho tiempo, si no la mejor de todas. La estructura narrativa es magnífica; la reproducción de la Nueva York del 61, impecable. El mundillo intelectual y cultureta de Greenwich Village, los locales de música en vivo, la nieve en los parques, el metro, los coches…Los diálogos son cortantes, y llenos de humor negro. Los personajes secundarios, un conjunto impagable de frikis…atención a la secretaria del representante, sólo por conocerla merece la pena ver la película. La música es magnífica, aunque reconozco que me encanta el country y el folk americano
En cuanto a las críticas, en general son muy positivas.
Eso si, Boyero discrepa….
En definitiva, me parece una película redonda, casi una obra maestra, dentro del género…bueno, de los Cohen.
 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 8 de enero de 2014

El único superviviente


Durante dos horas, muy largas créanme, contemplamos en pantalla hombres matando a otros hombres con fusiles, metralletas, pistolas, granadas, cuchillos, a golpes y decapitaciones a lo bestia. Vemos reventar cabezas, brazos, piernas, pies, estómagos y cualquier otra parte del cuerpo humano que se les ocurra.

El único superviviente

Por si no fuera suficiente, gracias al potente sonido, que nos ensordece con tanto tiroteo, también escuchamos como se rompen cráneos y huesos. Merced al recurso de escenas a cámara lenta, que podían haberse ahorrado, acompañamos la trayectoria del proyectil de turno para, espectadores de primera línea, disfrutar de los chorros de sangre, trozos de carne y hueso, que salen disparados cuando penetra en el cuerpo que toca.

Todo ello rebozado con la cansina letanía de la lealtad por encima de la muerte a los compañeros de batalla, en el este caso los Navy Seals, y ese regusto que dejan las historias que, aunque intentan vender una imagen de imparcialidad, diferencian claramente quienes son los buenos y quienes los malos.

Me parece increíble que alguien pueda decir que esta película se merece algún Oscar, pero sobre todo me resulta insultante que nos vendan que se merece el Oscar al mejor guión! 

¡Ja! ¿qué guión?

En mi descargo: no fui a verla a propósito, mi compañero se equivocó de título al comprar las entradas, lo que después fue motivo de bronca entre los dos.

Nota: seguro que Juan no está de acuerdo conmigo....

martes, 7 de enero de 2014

Mi mamá está en América y ha conocido a Búfalo Bill



Este cómic de curioso título narra la historia de Jean, un niño de 6 años, que vive en la Francia de 1971. Acaba de terminar preescolar, y comienza en el colegio del os “mayores”. Su vida trascurre en las austeras aulas de la época, un Simca 1100, y su casa en la que vive con su hermano pequeño, un atareado padre….una vida aparentemente normal, aunque con un cierto misterio…
La historia puede ser la de cualquier niño de la época, la de nuestra infancia: ver la televisión en blanco y negro a escondidas, jugar al futbol y a indios y vaqueros, meriendas de pan y Nocilla, juegos bastante brutos con los amigos en la calle, largas vacaciones en casa de familiares, exámenes, deberes y castigos, la revisión médica y psicológica en el cole, los Reyes Magos, diversión, juegos, mentiras y descubrimientos, ilusiones, miedos… Todo está estupendamente recogido en este cómic, lleno de ternura, nostalgia y cierta tristeza. No es original en el tema, la pérdida de la inocencia durante la infancia, pero resulta muy conmovedor y entretenido de leer. Una de las mejores descripciones de la infancia en cómic; recuerda un poco a las magníficas tiras de Calvin y Hobbes, e incluso a las aventuras de Mafalda y su pandilla.

El cómic cuenta con el guión de Jean Regnaud y el dibujo de Émile Bravo, de la generación que ha venido a llamarse “Nouvelle Bande Dessinee”. La obra fue publicada en 2008 por la editorial Ponent Mon e incluida en “Les Essentiels de´Angoulême” como uno de los mejores títulos publicados en Francia en 2007.

sábado, 4 de enero de 2014

Las fuentes del paraíso


En este ascensor se puede hablar del tiempo y mucho más... 
 
Arthur C. Clarke (1917-2008) es uno de los grandes escritores de ciencia ficción, y poco a poco voy leyendo sus principales novelas. Acabo de finalizar “Las fuentes del paraíso”, publicada en 1979. La novela nos presenta un héroe un tanto especial: Vannevar Morgan, un genial ingeniero, el más brillante del siglo XXII. Acaba de finalizar lo que podría haber sido su gran obra, un espectacular puente sobre el Estrecho de Gibraltar. Esta inmensa obra, que une dos continentes, le proporciona fama y riqueza. Sin embargo, el inquieto Morgan se aburre y comienza a acariciar una nueva idea, aun más ambiciosa. Para ello, viaja a una montaña en la isla de Taprobane, en pleno ecuador. Es el mejor lugar del mundo para construir…¡un ascensor espacial!. La localización y la necesidad de abaratar la puesta en órbita de viajeros y mercancías, junto con el desarrollo de un nuevo material muy resistente y ligero, inducen a pensar que el ascensor se construirá. Sin embargo, los terrenos pertenecen a un monasterio budista, y sus monjes no parecen muy contentos con el proyecto…
La novela me ha recordado mucho a “Cita con Rama”, y forma parte de la llamada “hard science fiction”, es decir, la CF más respetuosa con la ciencia y la realidad. Por ello, la parte científica está excelentemente presentada; de hecho, fue la primera descripción en una novela de un posible ascensor espacial (si bien al parecer hubo otra novela publicada prácticamente a la vez por Charles Sheffield, “la telaraña entre los mundos”, que también utiliza este concepto). La descripción de los personajes resulta algo más superficial, pero se ve compensada con el ritmo animado del relato, y la diversión de la aventura, sobre todo en la segunda parte.  El autor además adereza el relato con dos subtramas: una histórica, sobre el origen milenario del monasterio budista, y otra clásica en la ciencia ficción, acerca de la vida inteligente extraterrestre. La primera se integra mejor que la segunda en un relato muy creíble sobre como podría ser el futuro en el siglo XXII.
Un ascensor espacial sería una estructura geosíncrona enorme, anclada en el ecuador de la Tierra, y con un contrapeso en su extremo. Permitiría elevar cargas y naves a un coste mucho menor que el de los cohetes propulsores. Una cuestión muy curiosa, bien explicada en la novela, es que sus viajeros siempre sentirían la fuerza de la gravedad, aunque disminuyendo con el cuadrado de la distancia a la tierra, claro. Pero no vivirían en el ambiente de microgravedad de las naves actuales, en órbita alrededor de la Tierra.  Este concepto fue propuesto por primera vez por ruso Konstantin Tsiolkosky nada menos que en 1895, y elaborado por el ingeniero ruso Yuri Artsutanov en 1960.

 
En la trilogía Marte rojo, Marte verde y Marte azul (Kim Stanley Robinson), también existe una estupenda narración de un ascensor espacial.
 
Pero, ¿sería posible construir uno? En esta charla, un pavo de la ESA, Markus Landgraf, habla del tema.
 
 
En ella, realiza una introducción general, sobre la tecnología actual. Por ejemplo, comenta que poner 1 kilo de masa en órbita, cuesta 20.000 euros. ¿Se podría construir una torre? No, pesaría demasiado, la corteza terrestre no podría soportarla. Por ello, la única alternativa es usar un cable desde un satélite en órbita geoestacionaria. ¡El cable tendría que medir 144.000 kilómetros! Un tercio del camino hasta la Luna…Al parecer, la mayoría de los problemas técnicos están solucinados, pero todavía no se dispone de un material suficientemente resistente para el cable. Por ejemplo, con acero no podía construirse más allá de los 11 kilómetros. ¿Y fibra de carbono? Ligera y resistente, podría llegar a los 330 kilómetros. Luego están los nanotubos….más resistentes todavía, pero es muy complicado fabricarlos adecuadamente. Aunque Herr Landgraf defiende que se puede construir, su opinión no es compartida por todo el mundo. Según este excelente artículo, no es viable en la Tierra….
¡Pero si en la luna! Algo es algo…
Volviendo a la novela: entretenida y bien planteada, uno de los libros imprescindibles del género, que debemos sin duda recomendar a los vecinos cuando hayamos acabado de quejarnos del tiempo en el ascensor…
 
 


 

jueves, 2 de enero de 2014

El médico

Esta película del director alemán Philipp Stölzl, basada en la novela homónima de Noah Gordon, narra la vida de  Rob Cole en el Londres del  año 1010, en plena Edad Media, quien al quedarse huérfano consigue sobrevivir ofreciéndose como aprendiz de Henry Croft, un mercachifle que recorre el país con espectáculos de malabarismo que atraen al público a su negocio de barbero en el que lo mismo afeita barbas, que extrae muelas, coloca huesos y vende brebajes misteriosos que remedian cualquier mal. Aprende con él los rudimentos de la práctica médica permitida por la iglesia, hasta que un buen día, impelido por su ansía de curar y un don misterioso que le permite adivinar, con solo tocarla, si una persona está próxima a morir, decide atravesar medio mundo para estudiar medicina con Ibn Sina (fantástico como siempre Ben Kingsley).

Una historia, épica, bien ambientada, entretenida (aunque excesivamente larga), pero bastante superficial. ¡Carece de alma! Vale más por sus silencios que por sus palabras. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que la película aunque no ha alimentado en mí deseo alguno de leer el  best seller en el que está basada, si ha despertado mi curiosidad sobre la práctica de la medicina en esa etapa histórica y sobre cómo la misma, entremezclada con ritos, religiones y falsas creencias, determinaba la vida o la muerte de las personas.
Aprovechar la oportunidad
El Imperio romano occidental se desmorona. Al caos político, la miseria y el hambre, se añade una sucesión de plagas y epidemias que propician el abandono de los cultos tradicionales a las deidades romanas.

El sufrimiento y el miedo a la muerte, causado por esas epidemias contra las que no se conocían tratamientos efectivos, hizo crecer la desconfianza en los médicos. En un momento de desmoralización generalizada, la religión cristiana, con su Dios que sanaba tanto el alma como el cuerpo, se presentó como una oportunidad de salvación para los pobres y desesperados. Puesto que el cristianismo predicaba la caridad y el amor al prójimo, sus seguidores, durante las numerosas epidemias que asolaron el Imperio en esos tiempos, cuidaron a los enfermos pese al alto riesgo de contagio existente, lo que le ayudó a ganar adeptos.

La medicina religiosa cristiana (que empleaba el rezo, la unción con aceite sagrado y la curación por el toque de la mano de un santo, como principales medidas terapéuticas) consideraba un deber cuidar al enfermo, pero no se preocupaba de infecciones, ni de posibles contratiempos durante la convalecencia, ni de investigar las causas de las enfermedades: eso formaba parte de la voluntad de Dios y como tal se aceptaba y no se cuestionaba.


La Iglesia empezó a combatir las otras formas de medicina que se ejercían porque se basaban en prácticas paganas, dedicando especial atención y celo a las mujeres sanadoras que eran perseguidas como brujas: “Las brujas sanadoras a menudo eran las únicas personas que prestaban asistencia médica a la gente del pueblo que no poseía médicos ni hospitales y vivía pobremente bajo el yugo de la miseria y la enfermedad. (…) Ante la realidad de la miseria de los pobres, la Iglesia echaba mano del dogma según el cual todo lo que ocurre en este mundo es banal y pasajero. Pero también se aplicaba un doble rasero, pues la Iglesia no se oponía a que las clases altas recibieran atención médica. Reyes y nobles tenían sus propios médicos de corte, que eran varones y a veces incluso sacerdotes. Se consideraba aceptable que médicos varones atendieran a la clase dominante bajo los auspicios de la Iglesia, pero no en cambio la actividad de las mujeres sanadoras como parte de una subcultura campesina.

(…) Los métodos utilizados por las brujas sanadoras representaban una amenaza tan grande (al menos para la Iglesia católica y en menor medida también para la protestante) como los resultados que aquellas obtenían, porque en efecto, las brujas eran personas empíricas: confiaban mas en sus sentidos que en la fe o en la doctrina; creían en la experimentación, y en la relación entre causa y efecto. No tenían una actitud religiosa pasiva, sino activamente indagadora“. (“Brujas, parteras y enfermeras”, Bárbara Ehrenreich y Deirdre English)
  
El oficio de cirujano-barbero ¿diabólico?
El nacimiento de esta peculiar profesión se debió a las disputas entre ambos gremios: los cirujanos tenían estudios pero eran caros; los barberos, incultos e ignorantes, resultaban más económicos y contaban con una cartera de servicios variada por lo que su lista de clientes superaba con creces a la de los primeros. No hace falta decir que cuando se acudía al barbero la mayoría de las veces era peor el remedio que la enfermedad. Un ejemplo para ilustrarlo: ofrecían como remedio para un simple dolor de cabeza una trepanación, pues pensaban que cortando un trozo de cráneo se aliviaba la presión sobre el cerebro causante del dolor. ¡Gracias al inventor del ibuprofeno!
Con la llegada de la primavera la gente solía hacerse una sangría pues se creía que sacar el exceso de sangre equilibraba los humores del cuerpo con lo que se era más resistente a las enfermedades. Para este tratamiento solían usar repugnantes sanguijuelas que colocaban al incauto de turno por todo el cuerpo. Los no partidarios del método anterior disponían de otro más avanzado: sumergían el brazo del infeliz en agua caliente a fin de que las venas resaltaran y así poder verlas mejor. El paciente se agarraba con fuerza a un poste para que las venas se hincharan y entonces el barbero hacía una incisión en la elegida (cada vena era asociada a un órgano) para que la sangre brotara y cayera en un recipiente, denominado sangradera, que hacía las veces de medidor de la cantidad extraída. ¿Y aún se preguntan de dónde viene lo de “paciente”). 
Y mientras en Oriente…

Durante los siglos en los que Europa estuvo sumergida en la Edad Media, Persia florecía intelectualmente y su escuela de medicina se convirtió en el centro principal de la educación médica en el mundo árabe (sus eruditos tradujeron los textos originales de Hipócrates, Aristóteles y Galeno).

La organización de los servicios sanitarios crecía rápidamente (ya en el siglo IX se fundó un hospital en Bagdad). En esos centros asistenciales también se enseñaba medicina. Cuando un alumno terminaba sus estudios debía aprobar un examen que le realizaban los médicos mayores (¡un antepasado del actual examen de MIR!). Los hospitales contaban con salas para los enfermos, en ocasiones diferenciadas según su patología (enfermos de la vista, pacientes con fiebre, etc), cocinas, bodegas y magnificas bibliotecas.

La práctica de la medicina estaba regulada por la hisba, una oficina religiosa supervisora de las profesiones y de las costumbres (una mezcla entre Santa Inquisición y colegio profesional absoluto), que también se encargaba de vigilar a los boticarios y a los vendedores de perfumes.

La cirugía se consideraba una actividad indigna de los médicos y sólo la practicaban los miembros de una clase inferior. De todas las ramas de la medicina, la menos adelantada fue la anatomía porque la disección anatómica estaba, y sigue estando, absolutamente prohibida por el Islam (como se ve en la película, quien se atrevía a practicarla era acusado de nigromante y como tal condenado a muerte), por lo que aceptaron los conocimientos anatómicos de Galeno con todos sus errores.

Y así llegamos al verdadero protagonista de esta historia: Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sīnā. Este filosofo y médico persa, conocido popularmente como Avicena, escribió en el año 1012 “El  Canon de la medicina”, un compendio de todos los conocimientos médicos existentes en la época.

Está dividido en cinco grandes libros: el primero trata de la teoría de la medicina (generalidades sobre el cuerpo humano, la salud, etc), el segundo de la farmacología simple, el tercero describe las enfermedades locales y su tratamiento, el cuarto cubre las enfermedades generales (fiebre, sarampión, viruela, etc) y las quirúrgicas, y el quinto explica con detalle la forma de preparar diversos medicamentos.

El “Canon de la medicina” de Avicena, que se estudió durante siglos en todas las facultades de medicina (en algunos países incluso hasta el siglo XX), fue introducido en Europa a través de la Escuela de Traductores de Toledo por Gerardo de Cremona. Las obras del griego Hipócrates, el romano Galeno y  el persa Avicena constituyeron la base de la educación médica en Occidente desde el año 1300 al 1600.

La historia de este cristiano que debe hacerse pasar por judío (con autocircuncisión incluida sin anestesia) para estudiar en una escuela árabe resulta excesiva. “El médico” no es una película demasiado buena pero tengo que reconocerle un mérito: me ha servido de acicate para indagar sobre una parte de la historia que me ha resultado muy interesante.

Aunque solo sea por eso, la recomiendo.