miércoles, 20 de noviembre de 2013

Diario de una lectura inconclusa: “La montaña mágica” (IV)


Aunque solo llevo unas 360 páginas, menos de la mitad del libro, empiezo a percibir la evolución de los personajes y entender el papel que cada uno ocupa en la narración:
  • El burgués, distante y engreído Hans, cada vez más integrado en la sociedad que conforman “los de aquí arriba”, va desechando ideas y pensamientos que creía consolidados. A medida que va tomando conciencia de su cuerpo, por la evolución de la enfermedad que puntualmente le va siendo comunicada, comienza a liberar su espíritu y abrir su mente, trocándose así en el aprendiz perfecto, en el cada vez más entregado neófito del sentimiento amoroso.
  • Settembrini pasa de ser el despectivamente calificado como organillero italiano, la presencia a la que se atiende no sin cierto desden, a consejero moral y maestro de la vida, encontrando en Castorp un alumno más que entregado.
  • El doctor Behrens, la figura blanca, cuya capacidad profesional es cuestionada por padecer la misma enfermedad que trata de curar en otros, incapaz de abandonar el sanatorio, no tanto por motivos físicos sino por motivos sentimentales (la tumba de su esposa tira de él), parece buscar que en ese encierro voluntario, no exento de obligación, le acompañen todos los que  entran en el sanatorio como si de la mismísima puerta del infierno de Dante se tratara (“Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza ").
  • El doctor Krokovski, la figura negra, cual cuervo hambriento revolotea alrededor de los visitantes a los que raciona su atención, hasta que éstos adquieren la condición de pacientes pasando entonces a engrosar la lista de mentes disponibles para descerrajar con el psicoanálisis que practica (interesantes sus conferencias con el sugerente título de “El amor como factor patógeno”).
  • Clawdia Chauchat la musa pese a la resistencia inicial de Hans. Ese “agusanado” objeto de deseo. Hasta ahora en un papel secundario, sin voz, pero cada vez con mayor importancia en la escena, dado que su presencia o ausencia pasan a convertirse en el reloj que dirige y controla el tiempo (elemento recurrente, analizado y exprimido durante toda la novela) de Castorp.
  • Joachim Ziemssen es la constante en esta ecuación mágica. Firme en su estricta disciplina militar. Fiel a su deber de intentar curarse por todos los medios para volver al ejército, su sitio. Cumpliendo a rajatabla las prescripciones médicas, por absurdas que puedan parecer, en un intento, que parece vano, de no dejarse vencer por la desesperanza que infunde la enfermedad.
  • El resto de personajes, simples canalizaciones que conducen de unos personajes principales a otros,  aparecen y varían a lo largo del libro para intentar hacer más amena dicha transición.

jueves, 14 de noviembre de 2013

El Juego de Ender 2

Disposición 11792 del BOE núm. 270 de 2013
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Atención, revelamos algunos aspectos de la trama de esta película.

Hace poco más de un año, escribí una entrada sobre dos novelas de Orson Scott Card: El juego de Ender y la sombra de Ender.


En esta entrada comentaba que en realidad sólo he leído las dos primeras novelas de la saga, y la quinta. Mi amigo Jesús, gran experto en Scott Card, me ha recomendado que la continúe, y esa es mi intención, pero todavía no me he puesto a ello. Y lo lamento, porque la segunda novela es más compleja y rica que la primera, y cambia bastante de registro. En vez de centrarse en la guerra y el entrenamiento militar, aborda temas de relaciones entre especies e individuos, entre culturas diversas, de una manera profunda y provocadora. La trama de sus novelas nos puede gustar más o menos, pero su estilo es original y su calidad literaria, a mi entender, es buena. Scott Card reconoce diversas influencias en su estilo de escritor. Aquí tenemos una larga e interesante entrevista realizada por Rafael Marín en 1998, que por cierto, es traductor de la novela de Haldeman “La paz interminable”, que he leído hace poco, y resulta también de gran interés (aunque menos que La guerra interminable).


Ya entonces Scott Card comentaba la posibilidad de que se rodara una película sobre su novela, y decía lo siguiente:


OSC: Me han pedido que escriba el guión de la película cientos de veces en los últimos diez años. Pero siempre querían hacer que Ender tuviera dieciséis años, y se enamorara... No quise vender los derechos, no importaba cuánto me ofrecieran, a menos que fuera descrito como un niño de menos de doce años. Esto sorprendía a la gente de Hollywood, porque no están acostumbrados a que se rechacen sus ofertas. Todos dicen: "¡Pero si vamos a convertirlo en una película!". Y yo les respondía: "Ah, pero es ya un libro".


Por nuestra parte, en la entrada del año pasado comentábamos que había un proyecto definitivo de película sobre la primera novela. Y escribíamos lo siguiente:

Cuando esta película se estrene, seguramente será un bombazo, y pondrá de moda de nuevo al personaje. Pero inevitablemente, resultará más o menos decepcionante, por la imposibilidad de trasladar al cine una historia como esta. De hecho, Scott Card finaliza el audiolibro con una frase que dice algo así como: “querido lector/oyente, aunque la película resulte un éxito, tu y yo sabemos que ésta (el audiolibro) es la mejor producción posible de mi novela”. Y estoy de acuerdo con él, la narración en audiolibro, producida por Audio Renaissance, es excepcional.


Bueno, ya tenemos la película estrenada, y ayer la vi con otro compañero de blog, Rodrigo. Acabábamos de leer la durísima reseña de nuestra amiga Teresa en este blog


pero imaginábamos que a nosotros nos iba a gustar más, como afortunadamente así ha sido.

La película realiza un esfuerzo notable para respetar la novela, es más fiel de lo que yo imaginé que sería, pero lógicamente modifica bastantes cosas. La más significativa es la edad de los niños protagonistas. En la novela original, son mucho más pequeños, y el relato narra sus experiencias durante varios años. Por un lado, resultaría muy chocante ver a niños pequeños sometidos a un duro entrenamiento militar (ya lo es ver a preadolescentes), y por otro, la producción tendría que haberse convertido en una serie tipo Harry Potter.

Otra gran limitación de la película es que obvia la interesante evolución de los hermanos de Ender, la compasiva Valentine y el sociópata Peter. Ambos se combinan en un interesante juego político que tendrá gran importancia en la segunda novela de la saga. El autor está muy interesado en política, y ha sido polémico por algunas declaraciones. Su religiosidad también está algo presente en las novelas, aunque más en la segunda que en la primera, si bien él afirma mantener la doctrina mormona fuera de su obra.


Finalmente, comentar que la progresión de Ender en la Escuela de Batalla está muy resumida en la película, mientras que en la novela disfrutamos y sufrimos con cada nueva carga y dificultad a la que se enfrenta el protagonista, con una mezcla de inteligencia y violencia dosificada.

Dicho esto, la película resulta bastante entretenida, muy lograda en sus aspectos visuales y de efectos especiales, y bien interpretada, aunque probablemente sólo interesará a los amantes de la ciencia ficción. La lanzadera espacial, y la escuela de batalla resultan espectaculares, especialmente la sala dónde Ender ensaya sus innovadoras tácticas. La película está cuidada y pensada, se nota que el autor ha estado involucrado en el largísimo proceso de producción. De hecho, se negó a vender los derechos de cualquier manera, y ha mantenido bastante control sobre ella. De todas formas, seguramente su mayor virtud es dar a conocer la novela a una nueva generación de lectores, casi treinta años después de su publicación.

Creo que no era posible esperar algo mejor de una película comercial que tiene que resultar autónoma y entendible para aquellos que no hayan leído la novela. Una adaptación mejor exigiría una serie. Quién sabe, quizás se ruede alguna vez. Pero en todo caso, nos quedamos con el consejo del autor: hay que leer las novelas.


domingo, 10 de noviembre de 2013

El juego de Ender

¡A Dios pongo por testigo: mientras que Ender no lleve el prefijo Fassb no pienso volver a ver ninguno de sus juegos! ¿Se dan cuenta? Como la ciencia ficción no acaba de producir en mí sensaciones distintas al aburrimiento y el hastío, creo que me proyecto astralmente y mi alma vuela libre hacia Michael, merced a la alegría y satisfacción que su solo nombre me provoca, mientras mi cuerpo permanece, cada vez más abatido, castigado en la oscuridad de la sala.

Esta película es totalmente IN: in-soportable, in-fame, in-sustancial e in-fumable.

¡Una completa mamarrachez!

Un crio memo y gritón, que tan pronto te pone ojitos como te pone de los nervios, ¿salvando al mundo? Pues que quieren que les diga, si el mundo ha llegado a un punto en el que su existencia depende de este enclenque e irritante adolescente, tal vez haya llegado el momento de aceptar su aniquilación.

Harrison Ford y Ben Kingsley deben haber cobrado un pastón que les haya compensado el hacer de secundarios de tamaño cantamañanas (aunque Ben fue más listo que Harrrison porque, para evitar que se percibiera en pantalla el rubor originado por la vergüenza ajena que le producía la historia y la interpretación del chaval en cuestión, exigió salir con el rostro decorado como un maorí).

Unos “juegos de guerra” mucho menos novedosos que los originales rodados en 1983. Ni siquiera a  los niños de la edad de mi sobrina, 12 y 13 años, creo que les vaya a gusta porque, al pertenecer a la que yo denomino “generación consola” (aprendieron a manejar los mandos de la PSP o la Nintendo antes que a hablar), están acostumbrados a cargarse monstruos, zombis y pandilleros desde antes de salirle los dientes, por lo que disparar a simples bolas de luz les va a parecer cosa de bebés.

Mención aparte merece la cargante música que nos acompaña durante las dos laaaaargas horas en un intento inútil de dotar a este “campamento de verano” espacial de un aura épica, algo en lo que, desde luego, fracasa estrepitosamente.

Lo de que el niñato de las narices termine recorriendo el espacio para buscar un hogar para el único superviviente de la especie a la que se acaba de cargar, no hace más que rematar el bodrio, aunque te proporciona una buen dosis de alegría porque piensas que con un poco de suerte se le acabará el combustible y nunca podrá regresar a la tierra con lo que no tendremos que volver a sufrir su presencia y evitaremos posibles secuelas de tan lamentable historia. ¡Majo, tanta paz lleves como descanso dejas!

Lo único gracioso es que el otro capitancillo, el chulo duchas carcelario, al que llaman Gonzo, es igualito que el personaje de los Muppets, aunque con peor leche.

Como no hay mal que por bien no venga, solo decir que ya no me parece tan mala la peli de la tía que flota. 

jueves, 7 de noviembre de 2013

Diario de una lectura inconclusa: “La montaña mágica” Interludio (bonita palabra)


Ante la insistencia de Rodrigo, mi firme intención de no dejarme influir por comentarios, trabajos o análisis de aquellos que, antes que yo, consiguieron terminar “La montaña mágica”, ha flaqueado. Al final he cedido a la tentación y acabo de leer la Conferencia que Thomas Mann impartió en la Universidad de Princeton en 1939.

Debo decir que nada en especial me ha llamado la atención en dicha conferencia, excepto tres cosas que han confirmado que mi comprensión de la novela avanza por el camino correcto. A saber:

El reconocimiento, por parte del propio autor, de que “La montaña mágica” es un libro muy alemán (yo advertí, en mi primer día de lectura, que mi rechazo inicial hacia el libro se debía, en parte, a que no me gustaba la forma de narrar del autor, la cual definí como marcial y estricta, particularidades estas muy presentes en el carácter del pueblo alemán).

Su afirmación de que si la novela te aburre debes dejarla: “El arte no debe ser tarea escolar ni aburrimiento (..) debe aportar alegría, debe entretener y dar vida, y aquel sobre el cual una obra determinada no ejerza este efecto debe dejarla y volcarse en otra”. Por eso abandone su lectura en dos ocasiones.

Que admita que la critica a la terapia practicada en los sanatorios, hilo conductor de la novela, no es más que una fachada, porque lo que realmente pretende la obra es desenmascarar y cuestionar todo aquello que subyace oculto en las cosas cotidianas de la vida (algo de lo que también he sido consciente y que refleje afirmando que por el rodillo inapelable del Sr. Mann iban pasando la música, el matrimonio, la literatura, etc).

lunes, 4 de noviembre de 2013

Diario de una lectura inconclusa: “La montaña mágica” (III)


Han pasado unos días desde que escribí las páginas anteriores a éstas y desde entonces no ha dejado de rondarme por la cabeza la respuesta de Septembrini a la pregunta de Hans sobre si le gusta la música: “Si me la imponen, no”.

El Sr. Mann que disecciona cualquier objeto o argumento con la precisión de un cirujano, despojándolo de “las flores y las trampas” que ocultan su verdadera esencia, también lo hace con la música a la que califica de “políticamente sospechosa”.

Nunca lo había pensado, pero es cierto que la música te puede mover tanto a la acción como ejercer un efecto narcotizante que devenga en un conformismo extremo. Lo mismo te proporciona identidad grupal (pertenencia a un país o tribu urbana a través del himno nacional, el rap o el heavy) que te aborrega hasta convertirte en miembro de una masa descerebrada que, sin pizca de vergüenza, se mueve de manera unánime al compás de “La Macarena” (no olvidemos que Clinton, durante la campaña para su reelección a la Presidencia de EE.UU. por el Partido Demócrata, se contorsionó a ritmo de sus notas sin pizca de vergüenza ni pudor, todo en aras de captar el mayor número de votos posibles… ¡y fue reelegido!)

Y en uno de los capítulos de “The Big Bang Theory”, la exitosa serie sobre un grupo de científicos brillantes con serios problemas para entender las convenciones sociales, cuando el Dr. Leonard Hofstadter y la Dra. Amy Farrah Fowler acuden juntos a una boda, para sentirse integrados y miembros del común de los mortales, bailan “Los pajaritos” con sus ridículos movimientos incluidos. ¡Too much!

En pocas páginas, pero muy densas, por el rodillo inapelable del Sr. Mann van pasando, además de la música, el amor y la enfermedad (“¿Bajo qué forma y qué mascara aparece el amor no admitido y reprimido? (…) Bajo la forma de la enfermedad”), la literatura (“Escribir bien supone casi pensar bien, y esto no está muy alejado del obrar bien. Toda la civilización y todo perfeccionamiento moral parten del espíritu de la literatura, que es el alma de la dignidad humana”), la competencia de un medico enfermo (“Su conocimiento científico de la enfermedad, ¿no se ve más bien turbado y confundido por la experiencia personal, que enriquecido y moralmente fortificado?), el matrimonio (“tal vez opina que llevar una alianza resulta demasiado burguesa (…) Además esa clase de anillos tiene algo de repulsivo, ¿no constituyen acaso un símbolo de sujeción? ¡Dan a las mujeres un carácter casi monjil, hacen de ellas unas santas hipócritas”).

Ya manifesté que detestaba su forma de narrar, por eso, para ser justa, debo reconocerle su maestría en el uso de la descripción, ya sea de personas, lugares, sentimientos o cosas: parco en palabras, tajante, pero tan hábil en la elección de calificativos que, ajenos a cualquier rastro de emoción, sin pizca de empatía, tan fríos que te hacen arrugar el ceño y renegar de lo que estás leyendo. Su dureza te impele a disociar al escritor del hombre por resultar bastante difícil asumir que alguien, con una pizca de humanidad, sea capaz de retratar a un congénere de esta manera: “¡Como se vestían las mujeres! (…) Hacían eso en el mundo entero para excitar el deseo nostálgico de los hombres. (…) Pero cuando la mujer está interiormente enferma, cuando no es en modo alguno apta para la maternidad, ¿qué ocurre entonces? ¿Tiene algún sentido que lleve mangas de gasa para despertar la curiosidad de su cuerpo a los hombres, de un cuerpo interiormente carcomido?

Por si acaso no nos había repugnado suficientemente su cuestionamiento del derecho de una mujer enferma a mostrarse atractiva ante los ojos de los hombres, vuelve a insistir más adelante: “(…) madame Chauchat estaba enferma, fatigada, febril e interiormente agusanada”.

Cruel, ¿no?

Pacto de silencio

Leones por corderos”, “La conspiración”,”Quiz Show”... Es evidente que a Robert Redford le molan las historias que incluyen políticos, periodistas y, sobre todo, conspiraciones ocultas por descubrir. 

Pacto de silencio” intenta, sin conseguirlo, seguir la estela de las anteriores pero no pasa de una copia almibarada de las mismas. Me recordó a Clint Eastwood y su “Más allá de la vida” (“De esta crisis existencial nace “Más allá de la vida”, una película pastelosa en la que, jugando con tres historias que transcurren paralelas, se plantea la eterna pregunta de si hay vida después de la muerte. Supuestamente desenmascara a falsos médiums, profetas, videntes, etc. mientras sella con marchamo de calidad a Matt Damon que da vida a un parapsicólogo simplón, anodino y lelo que “ve muertos”.

No crean, la película te entretiene porque tiene tanto azúcar que te mantiene “pegado a la silla”. Incluso sales de la sala con una sonrisa beatifica por el final feliz y pensando: “que bien, esto no se acaba cuando te mueres”. Pero claro, cuando el caramelo se empieza a derretir, consigues “ver la luz” y te das cuenta de que Clint chochea. ¡Verá la parca cerca!”).

El posible dilema moral se difumina antes de llegar a ser planteado, y en ningun momento llegas a entender por qué a una persona, que lleva oculta tanto años, un día le da por entregarse,  ya que el director fracasa estrepitosamente en su intención de mostrarnos los efectos de la culpabilidad o el remordimiento.

La película carece de misterio, está contada de manera plana y tediosa: es una clase magistral sobre cómo desaprovechar, durante las dos de metraje, la presencia de grandes actores como Nick Nolte, Julie Christie, Susan Sarandon o Stanley Tucci.

Si a eso le añades que el intrépido reportero que desentraña la historia está interpretado por Shia LaBeouf (a quien solo puedo recordar por la infumable saga de los Transformers), resulta muy difícil tragarte que un periodista local, sin ningún tipo de experiencia, ni contactos, consigue descubrir el paradero de delincuentes  que el FBI lleva buscando más de 20 años.

Eso sin contar que Redford, dada su edad, debería haberse reservado el papel de abuelo y no el de padre de la niña.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Una de romanos: la serie Roma de la HBO


 
Por diversas razones, la historia de Roma resulta apasionante. En mi caso, la "educación clásica" comenzó con las grandes producciones americanas de los 60, mil veces reprogramadas en aburridas tardes de sábado o en Semana Santa. A este tipo de película, a la que nosotros y Sabina, llamábamos “una de romanos”, también se le conoce como género Péplum. Al parecer este nombre se propuso ya en el año 1962, y se refiere a la típica túnica romana. De pequeños también la conocíamos y la confeccionábamos bajo otro nombre: sábana.
El género abarca toda la antigüedad clásica, pero sin duda las mejores son las de Roma. Según wikipedia, hay un montón:
Supongo que habré visto bastantes, pero reconozco que apenas me acuerdo. Para mi el género murió temporalmente una tarde en un cine de barrio en Madrid, viendo con mis amigos una reposición de La caída del Imperio Romano (Anthony Mann, 1964). Me pareció muy aburrida, y apenas volví a ver alguna escena de Quo Vadis o Espartaco en una de sus enésimas reposiciones televisivas.  Afortunadamente, luego en el colegio disfruté de las clases de un excelente profesor, José Luis Córdoba, que, a pesar de enfrentarse al reto de dar clases de latín a un alocado grupo de adolescentes, logró inculcarnos interés e incluso amor por el idioma y por la cultura latina.

Bastantes años después, la larga etapa de sequía clásica finalizó con la espectacular Gladiator, en el año 2000. Dirigida por Ridley Scott, puso de moda otra vez este tipo de películas. Para entonces, ya había conseguido una cierta culturilla sobre la historia romana, que no deja de asombrarme. No por tópico dejan de ser impresionantes los logros de la civilización romana, en muchos campos. Las visitas a las ruinas romanas, que siguen excavándose, no dejan de asombrar.
 
De su larga historia, hay dos momentos que me parecen especialmente interesantes. Por un lado, la progresiva caída del Imperio, con diversas causas propuestas por los historiadores, y con la pervivencia parcial de su cultura durante la alta edad media. Pero la época más dramática, muchas veces recogida en la literatura y en el cine, es sin duda la caída de la República y el nacimiento del Imperio. Por otra parte, esta época inspira claramente el guión de La Guerra de las Galaxias, así que todo buen friki debe conocerla.
 
Ya nos habíamos encontrado con Augusto y los primeros emperadores gracias a la estupenda serie Yo Claudio, basada en las novelas de Robert Graves, que vi a ratos en su día a finales de los 70, y que he podido volver a ver hace poco en buenas condiciones. Un inteligente y tartamudo Claudio nos relataba la vida y batallitas de su abuelete, Augusto, y de su abuela Livia, que con un bote de matarratas tenía más peligro que una cohorte de legionarios cabreados….
Por todo ello, y por la excelente calidad que da a sus series, ha sido una gozada ver las dos temporadas de  “Roma”, producidas por la HBO (2005-2007). Divididas cada una en 12 episodios, recrean su historia desde el final de la Guerra de las Galias y el famoso paso del rio Rubicón por Julio César, hasta el comienzo del reinado de un joven emperador Augusto. El acierto de la serie es mezclar la historia “oficial”, bastante respetada, aunque comprimida y con licencias, con la vida de dos soldados que se ven inmersos en todos los fregados, al estilo de Forrest Gump.
La serie cuenta con todos los ingredientes romanos típicos: intrigas, amores, lujo, brutalidad, comilonas y orgías, legionarios, galos, gladiadores, esclavos…Y no podían faltar Julio César, Marco Antonio, Cicerón, Pompeyo, Augusto,  Catón, Agripa, Cleopatra… Hay algunas batallas, mucha vida en la corte, pero lo mejor es la recreación, muy trabajada, de la vida cotidiana en los barrios pobres de la ciudad. La marginalidad, la delincuencia, la lucha por sobrevivir en los barrios miserables de la ciudad es impresionante. Lo mejor de la serie. Los actores están en general muy bien, sobre todo un estupendo César interpretado por Ciarán Hinds.
Los acontecimientos narrados son muy interesantes y tristes a la vez. En la lucha por sostener una agónica República, con su sistema relativamente democrático, una serie de líderes carismáticos arrastran a sus conciudadanos a la destrucción y a la guerra civil, movidos básicamente por un orgullo y ambición desmedidos. ¿Nos suena de algo?...si, esta historia estaba condenada a repetirse en muchas ocasiones.
La serie tiene momentos increíbles, pero me quedo con los anuncios del pregonero en el Foro romano (Ian McNeice). El pobre hombre tiene que ir leyendo con convicción las últimas locuras bélicas y barrabasadas políticas, llamando a actos públicos, e intercalando anuncios de grano y vino….y lo borda. Es el puto amo de los pregoneros….Aquí, por ejemplo,  anuncia el funeral de César.
“Ni prostitutas, ni actores, ni mercaderes sucios podrán asistir al acto…..”
Y aquí va anunciando los distintos momentos dramáticos de la agitada historia de esos años…
En definitiva, una estupenda serie, dura por momentos, interesante y siempre entretenida.