lunes, 27 de mayo de 2013

Un relato propio: "Un crimen de leyenda"


I

Detesto la estupidez. Todas las noches, al volante de mi camión, limpio la mierda que acumulan en las calles empedradas de mi ilustre ciudad tanto los cívicos vecinos como los torpes beodos que trastabillean, cuesta arriba cuesta abajo, dejando a su paso un hedor insoportable a vómitos y orina junto con un reguero de latas de cerveza y cristales rotos. No respetan nada. Unos y otros deberían vivir en estercoleros donde sus nauseabundas costumbres no hirieran la sensibilidad de ningún alma.

Me repugna el contacto humano, por eso elegí el último turno, el que nadie quería, en el servicio de limpieza, pero ni por esas evito tener que contemplar escoria que no debería existir. Alguna vez, aun a riesgo de perder el empleo, me he dejado llevar y he dirigido el chorro de agua a presión contra borrachos o mendigos que deambulaban al amanecer, perdidos en soliloquios sin sentido que acentuaban lo banal de su existencia. ¡Salían disparados varios metros de distancia para mi mayor hilaridad!

Gracias a mi trabajo conozco al dedillo cada callejón de Toledo, cada plaza, cada recoveco de su enmarañado, denso, apretado, oscuro e irreverente casco histórico con el que tanto me identifico; Jekyll y Hyde a partes iguales, por turnos, capaces ambos de lo mejor y lo peor.

Entre sus edificios ninguno como el Alcázar, tan serio, vetusto, con tanto que callar y que contar. Los políticos, en uno de esos golpes de efecto a los que son tan aficionados, decidieron hace tiempo que la Biblioteca de Castilla-La Mancha se ubicará en la última planta de este baluarte histórico, victima callada del paso del tiempo y los desvaríos de los hombres. He de confesar que, aunque al principio me pareció un despropósito, ahora no imagino un lugar mejor para disfrutar de mis horas diurnas, esas que dejo transcurrir recorriendo las estanterías entresacando, aquí y allá, libros que atraen mi atención por sus títulos o por mi ya probada admiración hacia el autor.

Nadie sabe de mi secreta pasión por los clásicos (Dostoievski, Víctor Hugo, Balzac, Zola…) pero los pocos con los que tengo contacto si conocen mi afición por la novela negra, aunque he de decir que no me seducen los detectives ni los policías sino los asesinos que ponen contra las cuerdas a aquellos. Vale, reconozco que muchos sienten adoración por Sherlock Holmes, el más mediático, explotado y versionado de los detectives; otros idolatran a Philip Marlowe y Sam Spade; los aficionados patrios no encuentran ninguno como Pepe Carvalho; incluso el triste inspector venido de las tierras del norte, Wallander, tiene innumerables seguidores por todo el mundo. Ninguno de ellos me interesa.

Me apodan Ripley y no por el personaje que interpretó esa actriz australiana larguirucha y seca en la película “Alien”, sino por Thomas "Tom" Ripley cuyo “talento” precisó de varias novelas de Patricia Highsmith para ser expuesto en toda su complejidad: amoral, mentiroso, con una capacidad mimética impresionante que le permite usurpar la vida de otros; frío asesino cuando la ocasión lo requiere; simpático, educado, culto y con una ambición que arrolla a cuantos le conocen. ¡Venero a Tom!

Secretamente, cuando estoy en la biblioteca, vigilo la estantería donde se muestran sus novelas. Expío las caras de la gente que las hojea buscando en sus semblantes gestos que delaten si comparten esta misma adoración que yo siento. No ha habido suerte: muchos rostros bovinos, abotargados y lavados a la piedra, carentes de la chispa y la curiosidad que exige Ripley para engancharte. Estoy solo en esto como en tantas otras cosas.

II
Ayer acudí a una conferencia que, con motivo de la celebración de la primera “Semana Negra Toledana”, ofrecía en la biblioteca un profesor universitario. ¡Como disfrute del recorrido que hizo por el cine y la literatura! Cuanto terminó, algo, bueno, más bien alguien, distrajo mi atención: una mujer morena, de unos 35 o 40 años, tropezó con una de las sillas al levantarse cayéndosele al suelo el bolso y dos libros, produciendo un gran estruendo en el silencio de la sala. Todos los ojos se volvieron hacia ella que, tan ruborizada como azorada, trataba de recoger sus pertenencias con celeridad.

Salió rauda, pero la alcancé en el ascensor y mientras bajamos, en la intimidad impuesta por la estrechez del cubículo, percibí el suave aroma a cítricos que desprendía su piel.

- No te preocupes.
- ¿Cómo dice?
- Disculpa, estaba en la sala cuando se te cayeron tus cosas. Es algo que a mi me pasa a menudo.
- Si, pero no puedes evitar la vergüenza si todos te miran. Ser patosa es un espanto.
- Me llamo Pedro, pero mis amigos me conocen como Ripley.
- Soy Amanda. ¿Ripley por Tom?
- Sí. ¿Sabes que eres la primera persona que no me pregunta por qué tengo apodo de mujer?
- Ja, ja. No se lo tengas en cuenta, es difícil superar la fama de la teniente Ellen Ripley.

Sin apenas darme cuenta habíamos salido del Alcazar y bajábamos hacia Zocodover. Continuamos por la calle Ancha hacia la catedral. No era muy tarde pero ya había oscurecido y apenas había gente por el casco. Ella hablaba y hablaba. Yo fingía prestarle atención y dirigía nuestros pasos hacia la plaza del Pozo Amargo, uno de mis rincones favoritos, en la que hay un pozo sobre el que, según cuenta la leyenda, una joven judía, al enterarse que su padre había matado a su enamorado cristiano, lloró y lloró de pena haciendo que el agua se volviera amarga para siempre.

Nos sentamos sobre el brocal del pozo para descansar y contemplar la magnifica luna llena de octubre. Hubiera sido perfecto, pero ella no dejaba de parlotear. Cogí, sin que se diera cuenta, una piedra suelta del empedrado y le propine un golpe en la nuca. Apenas aturdida, me miró con sorpresa y cuando intentó articular una queja sujeté su cabeza con fuerza y la estrellé una y otra vez, y otra, contra la tapadera del pozo que, con la brutalidad de los golpes, se rajo por la parte central. La sangre, caliente y pastosa, comenzó a cubrir la madera a la vez que lenta, muy lentamente, empezaba a gotear en el interior disculpando el acre sabor del agua con un intenso y vistoso color rojo.

Contemple la pequeña figura que, desmadejada y rota, permanecía quieta sobre el brocal. ¡Un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo! Me alejé despacio tarareando “To Love Somebody" acompañado de la voz rasgada y rota de Janis que solo yo podía oir.

III
El suceso tuvo mucha repercusión. Ya había pasado más de una semana y no se hablaba de otra cosa en las oficinas y tertulias cafeteras. La policía, después de interrogarnos a todos los que estuvimos en la biblioteca aquel día, seguía sin pistas y en su afán de cerrar el caso cuanto antes, empezaba a alimentar la hipótesis de que se trataba de un suceso aislado obra de un pirado que estaba de paso en la ciudad. Intentaban, a toda costa, mitigar la alarma social generada. ¡Ilusos!

He dejado lo mejor para el final. Transcurridas cuarenta y ocho horas desde mi primer asesinato (si, han oído bien, el primero de momento), después de que la policía científica terminará con el análisis de la escena del crimen, llamaron a mi empresa para limpiar el lugar. Al tratarse de algo tan escabroso e inusual preguntaron quien quería hacerse cargo del trabajito. Diligente y servicial, aparentando un pavor que estaba muy lejos de sentir, me presenté voluntario ganándome con ello el respeto de algunos compañeros con menos estomago que yo.

¡Tom hubiera estado orgulloso de mí!

Epílogo: Poco después el Ayuntamiento sustituyó la tapadera de madera del pozo por otra de hierro.

sábado, 25 de mayo de 2013

Más Connelly: el quinto testigo

Mickey Laller apatrullando las calles de Los Ángeles desde su Lincoln...

El quinto testigo (The fifth witness) es la última novela de Michael Connelly (Filadelfia 1956) dedicada a la serie del abogado Mickey Haller. Este autor, uno de mis favoritos en novela negra (más bien policiaca), ha obtenido un gran éxito, sobre todo con su serie más larga, la protagonizada por el detective Harry Bosch, que lleva ya nada menos que 18 entregas.


En 2005, con la publicación de The Lincoln Lawyer (El inocente), arranca otra pequeña serie, con algunos personajes comunes a la primera, protagonizada por un abogado peculiar: Mickey Haller. Posteriormente aparecieron: The brass veredict (2008), the reversal (2010), y The fifth witness (2012). En las dos novelas intermedias aparecen tres personajes muy conocidos para sus lectores: el propio Harry Bosch, la agente del FBI Rachel Walling, y el periodista Jack McEvoy.

En "El quinto testigo", Connelly nos muestra el complicado panorama de la crisis económica en Los Ángeles. Su personaje, el inteligente y aparentemente cínico Haller, decide cambiar de clientes: en vez de dedicarse a la defensa criminal, pasa a defender a los propietarios de casas que están a punto de ser desahuciados. Como siempre, Connelly realiza un estupendo trabajo de documentación (no en vano ha sido periodista durante muchos años), y explica los chanchulleos y tejemanejes de los bancos y las empresas especializadas en desahucios en las que delegan el trabajo sucio. Sin embargo, Connelly siempre trata de mostrar que la realidad es a veces más compleja de lo que parece.

El tema del estallido de la burbuja hipotecaria no es el más atractivo para Connelly, así que pronto la novela vuelve al campo criminal, que es el que mejor conoce el autor (junto al mundillo del periodismo, estupendamente retratado en “El poeta”). La novela narra un juicio, siguiendo el estilo tradicional del cine americano en este género. Un jurado al que convencer, un juez estricto, una fiscal con experiencia y muy motivada, y un abogado defensor que tendrá que arriesgar más de la cuenta para defender a su cliente…

La novela resulta muy entretenida y adictiva, pero existe un inconveniente. Increíblemente, en España no se han traducido ni publicado las últimas tres entregas de esta exitosa serie. El autor es muy conocido en España, e incluso recibió el premio RBA; la novela fue número 1 en la lista de THe New York Times…supongo que existirá algún problema en la negociación de los derechos de autor, lo desconozco.

viernes, 24 de mayo de 2013

Escritores americános: FRANCIS SCOTT KEY FITZGERALD

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua un “eufemismo” es cualquier manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante. El siglo XX está repleto de ellos.

28 de julio de 1914: el mundo en guerra. Cuatro años (finalizó el 11 de noviembre de 1918) de contienda salvaje en los que murieron más de diez millones de personas, entre civiles y militares. Un conflicto bélico que, por su magnitud, recibió el título de “Gran Guerra”.

Ese fatídico día de verano, Francis Scott Key Fitzgerald (nacido en Minnesota el 24 de septiembre de 1896), con apenas 17 años, es un chico provinciano de clase media que, gracias al dinero de su abuelo materno, persigue un sueño: alcanzar fama y riqueza. “Esto es lo que siempre he vivido: un chico pobre, en una ciudad de ricos (vivió durante su infancia en una casa situada en la parte pobre de la avenida más suntuosa de la ciudad), pobre en una escuela de ricos (la Newman School de New Jersey), pobre en una universidad de ricos” (en 1913 inició sus estudios universitarios en Princeton).

En 1917 abandona la universidad sin terminar la carrera, debido a su pésimo rendimiento académico, para alistarse en el ejército, quizás buscando un atajo que le llevará directamente a esa notoriedad que tanto anhelaba. Aunque la Gran Guerra terminó poco tiempo después, y fue licenciado sin haber llegado a embarcar hacia Europa, el uniforme consiguió atravesar las férreas barreras de clase y le introdujo, por la puerta grande, en un baile de la alta sociedad sureña donde conoció a la hermosa, exuberante y rica Zelda. Pese a todos los obstáculos que los separaban, y contra todo pronóstico, se casaron con poco más de veinte años en 1920.

Inician su vida en común en los “felices años veinte” (¡el 20 era su número!), periodo de crecimiento económico, a un ritmo nunca registrado hasta entonces, que se inició en Estados Unidos en 1922 y que benefició a toda la sociedad a la vez que generó una burbuja especulativa que finalizaría, abruptamente, el 24 de octubre de 1929, el Jueves Negro, día en el que dio comienzo la caída en la bolsa de Nueva York y con ella el Crac del 29 y la Gran Depresión.

Fitzgerald tenía una clara vocación como novelista, pero como las novelas (solo escribió cinco) nunca le proporcionaron los ingresos suficientes para mantener el opulento y glamuroso estilo de vida que, a ritmo de jazz, tanto él como Zelda adoptaron, nuevamente se vio impelido a tomar un atajo en su vida y se dedico, sobre todo, a escribir historias cortas, comerciales, para revistas y a vender a los estudios de Hollywood los derechos sobre su producción literaria.

El espejismo de la pareja perfecta, guapos, jóvenes, elegantes, inteligentes, acuciados por los problemas económicos, se diluyó de golpe: se alejaron el uno del otro. Fitzgerald, macerado en alcohol, falleció victima de un infarto a los cuarenta y cuatro años de edad; ella lo haría, ocho años después, víctima de un incendio en el psiquiátrico donde estaba ingresada a causa de la esquizofrenia que padecía. Ambos fueron enterrados en el Cementerio de Saint Mary, en Rockville, Maryland. Su epitafio es un fragmento de “El Gran Gatsby“: “Y seguimos remando, botes en contra de la corriente, llevados de vuelta incesantemente hacia el pasado”)

Con esas palabras se apagó la voz del portavoz de la “Generación Perdida”, nombre que acoge a varios de los mejores escritores estadounidenses de todos los tiempos, que vivieron en París y en otras ciudades europeas entre el final de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión. Esta generación (en Francia, país en el que vivieron muchos de ellos, también se les conoce como la “Generación del Fuego”), eclosiona en la literatura norteamericana durante la llamada “Época airada” o de los excesos (fraudes, quiebra bancaria, emergencia de mafias criminales dedicadas al tráfico de alcohol a causa de la Ley Seca aprobada en el Congreso de Estados Unidos en 1919 y que no fue derogada hasta 1933). Entre sus miembros, además de Fitzgerald, destacan Dos Passos, Hemingway, Faulkner y Steinbeck. Todos ellos experimentaron de cerca los horrores de la guerra; todos ellos se opusieron a la prohibición y como “húmedos” convencidos, vivieron y murieron victimas de un alcoholismo desbocado y destructivo.

Después de conocer algo sobre la vida de Scott Fitzgerald no hace falta decir que “El Gran Gatsby”, su novela más conocida, tiene mucho de autobiográfica. Es la crónica social de una época. Para luchar contra el sentimiento de provisionalidad que se apoderó del mundo tras la guerra, los jóvenes de las clases privilegiadas, arropados por su dinero, se sumergieron de lleno en una vorágine de fiestas, música y alcohol, envueltos en una perenne lasitud que los aislaba de la miseria y el desencanto; una existencia de relajamiento moral e infranqueable separación de clases sociales.

La lucha de un hombre en busca de un sueño que, cuando cree alcanzar, se le deshace entre las manos. Para contarnos la vida hueca de los ricos, egoístas y vacíos, Scott Fitzgerald se desdobla en el libro, protagonista y narrador a la vez, y nos hace participes de su propia decepción.

Gatsby representa el mundo exterior, el ELLO, el polo pulsional, esa caldera de hirvientes estímulos llena de impulsos contradictorios; Nick Carraway representa el mundo interior, el SÚPER-YO, la conciencia moral que castiga con sentimientos de culpa e inferioridad al YO, parte mas o menos racional y reflexiva de la personalidad, abierta al mundo, esa que debe ejercer de agente de adaptación y que, al fracasar en su labor, aboca al SÚPER-YO, incapaz de soportar la conciencia adquirida del vacío existencial, a la nausea y al rechazo del genero humano.

Nick Carraway ejerce de Pepito Grillo de todos los demás, haciéndoles ver sin palabras, a través de su desencanto más que palpable, lo vacua y demencial que es la vida que llevan. Darse cuenta de que nos les importa, adquirir conciencia de su extrema crueldad, de tanta superficialidad, le lleva a recluirse en un sanatorio porque llega a odiar a la humanidad entera.

Como terapia, y para tratar de reconciliarse con el mundo exterior, extraño y hostil, el escritor mata a Gatsby, su parte pública, de una manera tan triste y absurda como triste y absurda ha sido su imaginaria vida, buscando con ello su redención.

Estamos condenados a ser libres y eso asusta, pero rechazar el uso de esa libertad y dejarte adormecer por el alcohol, los falsos oropeles y los asfixiantes convencionalismos sociales te acaba asqueando.

¿Qué si me ha gustado la película dirigida por Baz Luhrman? Sí, mucho. Creo que los cuatro actores principales, Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan y Joel Edgerton, están magníficos. En cuanto al exceso visual que tanto se le critica (las fiestas, las luces, los colorines) me parece muy acertado porque cuando cesa, y lo hace, te permite la introspección que una novela como esta necesita para llegar a identificarte con ella.

¿Por qué creó que es una buena adaptación del libro? Porque cuando terminó sentí lo mismo que al leer éste: una profunda tristeza.








viernes, 17 de mayo de 2013

Logicomix: buscando la verdad científica


 
Apostolos Dioxadis es un escritor y matemático griego especializado en divulgación científica. Por su parte, Christos Papadimitriou es profesor de computación, y ha enseñado en las mejores universidades americanas. Ambos unieron fuerzas para escribir un estupendo cómic sobre el nacimiento de la lógica moderna: Logicomix.
La historia, estupendamente ilustrada por Alecos Papadatos, abarca la historia de las matemáticas desde finales del Siglo XIX hasta mediados del Sg XX. En realidad, los autores reconocen que han modificado algunos hechos y fechas con el fin de crear una historia más novelada. A cambio, hacen un gran esfuerzo para presentar con rigor los avances matemáticos. Se nota la experiencia en divulgación del primero de los autores.
 
Con el fin de dotar la novela con un buen hilo argumental, eligen como principal personaje a Bertrand Rusell.
Este gran filósofo, matemático y pensador contribuyó a desarrollar la lógica moderna, mejorando la base metodológica de la ciencia. Tuvo una vida complicada. Aunque nació en el seno de una familia inglesa muy rica y privilegiada, sus padres murieron pronto, y vivió su juventud con una abuela autoritaria y tradicional. A lo largo de su vida, sufrió conflictos derivados de su activismo pacifista, sobre todo durante la Primera Guerra Mundial. Posteriormente, se desencantó con la deriva totalitaria del comunismo y se enfrentó abiertamente al fascismo. Precisamente la novela arranca en una conferencia en la que partidarios de la neutralidad americana al principio de la II Guerra Mundial esperan el apoyo de Rusell a su postura durante una conferencia, pero el filósofo y matemático eligió apoyar el mal menor: la guerra contra la Alemania nazi.
Rusell enseñó en Cambridge y escribió su gran obra, Principia Mathematica, en colaboración con Whitehead. En ellos, ambos autores tratan de sentar bases sólidas para todo el edificio matemático, a partir de un grupo de axiomas. Para ello utilizaron sobre todo la teoría de conjuntos. Durante un tiempo, parecía que por fin se había encontrado un soporte lógico y científico para esta rama de la ciencia, pero fue desmontado, al menos en parte, por otro de los personajes del libro: Kurt Gödel, que publicó su teorema de la imcompletitud en 1931.  
El comic nos conduce por una Europa muy internacional antes de las devastadoras guerras  mundiales, en la que científicos de todos los países colaboran y discuten acaloradamente sobre la base de la lógica matemática. A lo largo de sus más de 300 páginas nos va introduciendo personajes como Von Neuman (que trabajó en los primeros ordenadores después de la II Guerra Mundial y fundó la teoría de juegos), Alan Turing (padre de la computación moderna),  Henri Poincaré (teoría del caos), Giuseppe Peano (aritmética, lenguaje natural), David Hilbert (geometría), Gottlob Frege (lógica moderna), y Georg Cantor (teoría de conjuntos). El cómic narra la vida intelectual y personal de estos grandes científicos, muchas veces trágica. Reflexiona sobre la conexión entre la búsqueda radical y sin concesiones de la verdad científica, y su impacto en la vida cotidiana de estos genios, siempre en riesgo de caer en la locura.
Este cómic nos introduce brillantemente en el campo de la lógica, a medio camino entre la filosofía y las matemáticas. Para hacerlo más ameno, nos cuenta también las discusiones y el proceso creativo de sus autores, que deambulan por las bonitas calles y los parques de la ciudad más filosófica del mundo: Atenas. Un estupendo paseo por una de las grandes aventuras científicas de la historia.

domingo, 12 de mayo de 2013

Bárbara: dignidad y amor en la RDA



ATENCIÓN, contamos algunos  aspectos de la trama.
Bárbara es una película alemana, del interesante director Christian Petzold. Aunque es autor de bastantes trabajos previos, sobre todo para televisión, su salto a la fama le ha llegado con esta premiada película (Oso de Plata 2012 a la mejor dirección).

Bárbara (Nina Hoss) es una doctora de prestigio, procedente del excelente hospital de la Charité en Berlín, que es obligada a trasladarse a una pequeña ciudad de provincias de la República Democrática Alemana (la acción tiene lugar en los años 80). Aunque no entra en detalles, queda claro que se trata de una represalia, al parecer por su deseo de viajar a Occidente. El panorama que se encuentra la doctora es, a priori, desolador: sus vecinos y compañeros de trabajo han sido aleccionados sobre su llegada; entre ellos, algunos incluso tendrán que informar sobre sus idas y venidas. El hospital es pequeño y apenas cuenta con instrumental y recursos; el clima duro del norte de Alemania parece dispuesto a empeorar aun más la situación de la doctora. Sin embargo, es una persona con gran experiencia y cuenta algunos recursos, tanto económicos como en contactos.
 
Por otra parte, la realidad con la que se va encontrando la doctora, permanente vigilada, le ofrece sin embargo, algunas oportunidades. El hospital es pequeño, pero está cuidado de manera exquisita por sus trabajadores, y consigue prestar un buen servicio.  Resulta preciosa la descripción de la medicina clínica tradicional, basada en la cuidadosa observación del paciente. Bárbara puede comenzar a disfrutar de su labor, necesaria y apreciada. Un compañero médico la sorprende con su carácter atractivo e interesante. Incluso el aislamiento rural ofrece una naturaleza espectacular.
El gran acierto de Petzold es describir magníficamente las emociones y la vida cotidiana bajo un régimen dictatorial, sin pretender darnos demasiada información sobre su funcionamiento. Evita así una comparación directa con la excelente “La vida de los otros”. Su película nos sorprende con una gran capacidad para matizar las situaciones, vidas y caracteres de los personajes. Refleja por supuesto la dureza de las humillaciones a los que la Stasi, con sus policías siniestros, su red de confidentes y su actividad efectiva aunque un tanto cutre, sometía a los disidentes.  Narra estupendamente los márgenes de libertad y buen hacer que las personas dignas encuentran en estas situaciones. Ante una situación más compleja y rica que lo que esperaba, Bárbara tendrá que tomar decisiones que afectarán a su libertad, su carrera y su felicidad.


jueves, 9 de mayo de 2013

Por qué Iron Man es mi súper héroe favorito

Primero, y sobre todo, porque el encargado de darle vida en pantalla es Robert Downey Junior. Un actor que me encandilo en “Solo tú” junto a Marisa Tomei (actriz que me apasiona por sus interpretaciones en películas como “In the Bedroom” o “El luchador”); un hombre que me sedujo con su papel en la serie “Ally McBeal”, personaje por el que ganó, además de un Globo de Oro, diversos premios que reconocieron su trabajo durante 21 capítulos. Cuando lo despidieron, debido a sus problemas con la justicia a causa de las drogas, la serie perdió audiencia, cancelándose poco después. Solo un actor como él, que ha sabido escapar de su infierno particular, podría hacer creíble el papel de súper héroe millonario, excéntrico, inteligente, arrogante, mujeriego, caprichoso, simpático y encantador.

Segundo porque Iron Man es, ante todo, un hombre. Superman es un extraterrestre, Kal-El, procedente del planeta Krypton, que ya nace con visión de rayos x, fuerza extraordinaria y capacidad para volar. Spider-Man, Peter Parker, es mordido por una araña radiactiva en una exhibición científica y adquiere agilidad, fuerza y la capacidad de adherirse a las paredes y techos. El Capitán America, Steve Rogers, fue inoculado con un misterioso “suero de soldado universal”, que le permite alcanzar una estatura e inteligencia sorprendentes. Thor es el dios del trueno. ¡En esta liga todos juegan con ventaja!

Por eso, con el único que se puede comparar Iron Man es Batman: ninguno posee superpoderes (solo cuentan con sus conocimientos científicos, destreza física y habilidades detectivescas… bueno y con su fortuna). No obstante se diferencian en dos cosas: Batman no usa armas de fuego (aunque sabe como hacer muuucho daño) mientras que Iron Man no solo las usa sino que las fabrica; los dos suelen salir por la noche, pero uno lo hace para velar por la justicia y el otro para… ir de copas .

Shane Black nos presenta una película amena, muy divertida y que, aunque repleta de chismes tecnológicos curiosos y entretenidos, no olvida el lado humano del héroe, con sus excesos y sus muchas neuras. Cuando Tony Stark asimila la mítica frase que su tío, antes de morir, le dijo a Peter Parker (“no lo olvides, un gran poder conlleva una gran responsabilidad”) sufre varias crisis de ansiedad ante el temor de no estar a la altura de lo que el mundo espera de él.

Ben Kingsley como enemigo público numero uno, con sorpresa, no tiene precio. Él, junto a Don Cheadle (ese Jefe de Seguridad con cuerpo de armario empotrado y alma sensible adicto a “Downton Abbey”) ayuda a consolidar el tono de humor que siempre ha impregnado las películas de Iron Man. Aunque Guy Pearce está convincente en su papel, mi villano favorito sigue siendo el interpretado por Mickey Rourke en “Iron Man 2”.