domingo, 8 de abril de 2012

GRUPO 7

Sevilla, unos años antes de la Expo 92. Convertir una ciudad cualquiera en un escaparate mundial exige obras mastodónticas, inversiones millonarias, sacrificio y el esfuerzo coordinado de muchas personas y colectivos: el trabajo de unos brillará en la superficie y embellecerá la ciudad; el de otros se hunde en las profundidades y es mejor que nunca salga a la luz. De eso va esta película… ¡y qué película!

El Grupo 7 lo forman: Mateo, un policía regordete, putero y chusco, “tipical spanish”; Miguel alto y rubio con aspecto de señorito andaluz; Ángel, el más joven, tan simpático como ambicioso, que observa en silencio a su compañero Rafael, solitario, violento, cruel, desengañado (y tan igualico tan igualico a Chuck Norris que yo creo que es un homenaje encubierto del director a este “actor”, como lo demuestra el hecho de que habla poco pero golpea mucho y bien).

Los cuatro persiguen a yonkis y traficantes sin descanso, sin escrúpulos y sin piedad, utilizando todos los medios a su alcance para lograr éxitos que lancen sus carreras sin desdeñar, de paso, mediante la corrupción y los métodos más salvajes, ingresos extras que les permitan mejorar sus sueldos de mierda.

Intimidación, tortura y trafico encubierto, componen el día a día de los “violentos de Mario” que cuentan con el apoyo de sus superiores, que miran para otro lado, siempre que la basura no los salpique y los medios de comunicación no se hagan eco de su “correcta” actuación policial. “Lavar&marcar” ese es su trabajo: lavar la cara a la ciudad mientras marcan territorio y la "face" de todo aquel que se cruza en su camino.

Con un ritmo vertiginoso la película te mantiene en permanente alerta, con una sensación desagradable en el estomago por el salvajismo de algunas escenas, a la vez que no puedas evitar esbozar alguna que otra sonrisa ante las ocurrencias de estos policías tan bizarros.

Alberto Rodríguez hace que al papel del “más hijoputa” opten, por turnos, los policías y los traficantes, que la línea entre los buenos y los malos se torne borrosa y que acabes dudando de quien es quien. Logra, de manera magistral, mostrarnos que en la vida nos encontramos a menudo con encrucijadas que nos exigen elegir y que cada elección tendrá consecuencias. Cuando los defensores del orden y la ley se pasan ésta por el forro, su particular justicia les es devuelta de una manera brutal, sí, pero que el director hace que casi llegues a entender y compartir (ya me lo dirán cuando vean la escena de la emboscada a los policías, ¡es una de las mejores que he visto en una película, la perfecta representación de la Ley del Talión!).

Después de esta película “No habrá paz para Urbizu”…. ¡Esto sí que es buen cine negro!

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