martes, 11 de enero de 2011

"Adios, muñeco"


Parafraseando el título de otra novela policíaca de Raymond Chandler (la segunda que escribió) me despido de Wallander tras leer la última página de “El hombre inquieto”, obra que cierra la saga sumiendo al famoso inspector en la espesa niebla tan característica de su querida Escania, tan omnipresente en su Ystad natal.
Conocí a Henning Mankell gracias al relato que, en este mismo blog, escribió mi amigo Juan, quien tuvo la suerte de recorrer en persona los helados paisajes que describe en sus novelas, con sus vientos implacables y su persistente lluvia. Así comenzó mi periplo por la vida de Kurt (me permito tutearle, puesto que es costumbre en Suecia) desde los 40 años hasta su completa desaparición en la nada, en la que se pierden los personajes que no llegan a alcanzar la categoría de universales, para dormir el sueño de los olvidados a la espera de que nuevos lectores, ávidos de aventuras, los rescaten.
Mankell manifiesta una incapacidad absoluta para meterse en la mente del asesino y entender su psicología (algo en lo que es maestra Patricia Highsmith como demuestra en una de mis novelas favoritas “El talento de Mr. Ripley”). Por eso son “Asesinos sin rostro”.
Se enfrenta al crimen como acto colectivo. Las teorías conspiracionistas subyacen en todas las novelas de la serie. Plantea una lucha titánica entre un policía que, al igual que Gary Cooper en “Solo ante el peligro”, se enfrenta a un enemigo gigantesco encarnado en el conjunto de la sociedad que destila racismo, grupos políticos clandestinos que combaten un orden que se desmorona (“Los perros de Riga”) o que intentan acabar con otro naciente y esperanzador (“La leona blanca”, mi preferida, la más completa, un perfecto puzzle en el que al final todas las piezas encajan), grandes corporaciones financieras internacionales (“El hombre sonriente”, la más aburrida), redes de trata de blancas (“La falsa pista”, en la que, por primera vez, afronta la complejidad del asesinato desde una perspectiva individual, a costa de dejar bastantes cabos sueltos), grupos de mercenarios sin escrúpulos (“La quinta mujer”). En “Pisando los talones” vuelve a acercarse, tímidamente, al crimen representado por un solo delincuente, para retomar, en “Cortafuegos”, el tema de la conspiración ahora en forma de un tedioso complot informático, a nivel mundial, y rematar la faena con una trama de espionaje submarino, por parte de EE.UU. y la antigua U.R.S.S., en “El hombre inquieto”.
Mankell opta por el análisis del crimen como fenómeno social y aunque intenta exponer sus causas y medir su extensión, ignora una parte importante de la Criminología: Las forma de control y prevención, es decir, la política criminal. Esto influye en que, lejos de mostrar la profunda complejidad del delito considerado en conjunto, pase de puntillas sobre él. Continuamente se queja del aumento de los crímenes, de su virulencia, y los achaca a la mejora de los medios de transporte, la desaparición de controles en las fronteras en Europa, los avances tecnológicos, etc., sin que parezca percibir que las mismas vías que han propiciado esa progresión del delito han favorecido, a su vez, la lucha transnacional contra el mismo (Interpol, bases de datos de criminales, perfeccionamiento de las pruebas forenses, técnicas de elaboración de perfiles criminales, leyes de extradición, etc.).
Las novelas de Wallander presentan la misma estructura narrativa:
· Una breve referencia histórica para ponernos en situación.
· El acto criminal, epicentro de la historia.
· El inspector entra en acción.
· “Algo se me escapa”, frase habitual que sirve como punto de inflexión para orientar nuestra atención hacia una pista concreta.
· El título de la novela aparece en distintos párrafos en los que nos explica su elección.
Con apenas 40 años, los que tiene Kurt en “Asesinos sin rostro”, Mankell ya lo presenta como un hombre que se siente viejo y cansado. Apenas aparece el sexo, otro ingrediente imprescindible del género, y cuando lo hace es frío y aséptico. Incluso hace que se enamore de una mujer que vive en otro país, con lo que se evita tener que describir su relación amorosa, sexual o sensual de manera más intensa. Todo muy poco creíble en nuestra cultura, donde pocos se ven viejos, incluso cumplidos los 60, y donde no se renuncia a los placeres de la vida ni tan siquiera por prescripción facultativa. Philip Marlowe, el detective que tan maravillosamente encarnó en el cine Humphrey Bogart, en la novela que da título a este articulo, afirma: “Me gustan las chicas suaves y llamativas, duras y cargadas de pecados”. ¿Veis lo que quiero decir?.
En su conjunto todas las novelas de la serie carecen de brillantez literaria y habilidad técnica en la creación de la intriga. Son pobres en diálogos, repetitivas en los argumentos y machaconas en los aspectos familiares. Hay una notable ausencia de referencias literarias, musicales, artísticas en general, tan presentes en la novela negra. Lectura de consumo rápido y olvido veloz.
Por tanto, para terminar, el epitafio que se me ocurre como colofón es: “Aquí yace Kurt Wallander. Un final gris para un policía gris”.

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